Etapa 2: La ira
Poco a poco nos vamos exponiendo más a la realidad. Es común (más no aplicable en todos los casos) que el doliente sienta enojo o ira consigo mismo, con la persona que ha partido, los que se encuentran a su alrededor, médicos y hasta con el mismísimo Dios (o la deidad en la que crean). Es descrito como un sentimiento de impotencia, y al sentirse incapaz de hacer o haber hecho algo para evitar la pérdida, llega la frustración que se transforma en gran enojo.
Es sumamente importante que el doliente pueda expresar sus sentimientos abiertamente, como parte del proceso de aceptación y sanación que debe vivir. La etapa de ira es temporal y durará muy poco tiempo, por lo cual no debe de haber mayor preocupación como para intentar reprimir a la persona. No se le debe juzgar, por el contrario, apoyarle, y promover que desahogue todo su dolor. Se puede complementar con ejercicios de respiración, escribir una carta, hablar todo lo que siente con alguien de su confianza, así como buscar señales de afecto y contacto que le hagan sentir acompañado en su aflicción.
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