Duelo ante la desaparición de un familiar
Una vez confirmada la muerte de un ser querido, el proceso de duelo inicia protegiéndonos a nosotros mismos del dolor que produce cualquier pérdida significativa. Primero porque las muertes no se anuncian y en segundo lugar porque nos resulta inconcebible un mundo en ausencia de la persona que falleció.
En un proceso de duelo “normal” se habla entonces de un estado inicial de negación,
adormecimiento de la conciencia que comúnmente nos prepara para la realidad de la muerte.
¿Pero qué pasa cuando nuestro ser querido se encuentra desaparecido?
La desaparición es en sí una negación acompañada de la incertidumbre dolorosa que se prolongará más allá del encuentro de un desaparecido vivo o muerto. Más que prepararnos para la realidad de una pérdida, este estado de shock nos enfrenta bruscamente a la realidad de nuestro país.
Enfrentados a una desaparición, las familias, entonces, se ven obligadas a modificar el curso normal de un duelo. Inicialmente desconocen lo que es una desaparición forzada y quien la realiza.
Una vez que comienzan con la búsqueda por anfiteatros, clínicas, cárceles, la calle, y de saber finalmente que la persona a quién han buscado hasta debajo de las piedras se convirtió en una víctima invisible deben afrontar la posibilidad de torturas y hasta la muerte de quien está destinado a ser un NN por siempre.
Y la búsqueda continúa, buscan las familias a un preso sin nombre en una celda sin número, un cuerpo sin sepulcro en una tumba sin lápida, prolongandose la búsqueda hora tras hora, día tras día, año tras año.
La búsqueda se torna incansable, se asocia a la negación, a la incredulidad, a la irrealidad, que nos lleva a ir más allá o al más allá; brujos, bioenergéticos, chamanes, todo lo que sea necesario para lograr un encuentro.
Este proceso de búsqueda acerca a la familia poco a poco a la realidad de la desaparición
forzada, de la indagación y la búsqueda infructuosa.
¿Que nos trae a nuestra vida esta situación?
Conlleva una alteración de nuestro día a día a nivel físico, emocional, afectivo, espiritual y social.
Se altera el sueño, se pierde el apetito y como consecuencia se pierde peso. Hay fatiga, tensión, nerviosismo, aumento en la morbilidad, llanto, sensación de cansancio, ansiedad, depresión, tristeza, ira, culpa, confusión, desesperanza, apatía, sensación de incomprensión, aislamiento. Hasta cambio de amigos, de trabajo y de rol, la vida pierde sentido, se reniega de Dios, se debilita la fe.
Este proceso trasciende el concepto de duelo, pues lo único en lo que se relacionan la muerte y la desaparición son el dolor, pero en la desaparición no hay un cuerpo, no hay un nombre, no hay una tumba, no hubo misa ni funeral, no hay certidumbre.
Sin un cuerpo para enterrar no se marca la línea que separa a los vivos de los muertos. La incertidumbre ante la muerte parece detener el tiempo y congelar el espacio.
La casa, la ropa, los libros, el reloj, todo permanece en su mismo lugar. Cuando por fin aparecen unos restos, un cuerpo o una parte de él, se le devuelve a la víctima el derecho a un nombre, a una tumba, ya no es más condenado a nunca más saber de él; pero el dolor no termina ahí, es tal vez la oportunidad para comenzar a recobrarse de el.
El primer paso para comenzar a decir por fin adiós.
¿Qué implica la confrontación?
Confrontar es, ante duelos “normales”, aceptar la realidad de que no volveremos a ver a la persona que falleció.
Las personas que se ven enfrentadas a pérdidas violentas y traumáticas piensan que una vez iniciado el proceso de duelo este nunca finalizará, llegando incluso a negar la aparición del duelo.
Las familias de las víctimas son aisladas, como si una enfermedad terrible y contagiosa las acechara. Al final se quedan ellas con ellas mismas, viéndose obligadas a intercambiar roles. Son ellas sus propios amigos, sus propios primos, sus propios hermanos, su propio apoyo, su propia mano, la misma que tienden a otras familias que enfrentan el mismo drama.
Los gastos de los trámites legales, los correos, los faxes, las fotocopias, la papelería, el
hospedaje, los tratamientos por la afección de la salud física y psicológica, los honorarios pagados a los abogados, los brujos, los rezanderos y la jubilación anticipada, afectan económicamente a la familia, pero el precio que deben pagar va más allá de lo económico.
La soledad, la ira, la culpa, la incertidumbre, la desesperanza, el resentimiento, el sentirse
perseguidos, dejan secuelas graves a nivel psicológico. Como producto de lo anterior la familia se desestabiliza, se desarticula, se desorienta, y entonces el único apoyo real y firme con el que contaban se pierde.
¿Qué experimentamos mientras afrontamos este dolor?
Después de soportar tanto dolor, la ironía, el humor, el grupo de apoyo, la denuncia constante, el trabajo por los otros y por ellos mismos, se convierten en un arte. El arte de enfrentar una cruel realidad, es la manera de adaptarse, de aprender a vivir con el dolor, con la piedra en el zapato, pero como ellos mismos lo dicen: “El dolor de la violencia nunca se cura”.
¿Qué técnicas y estrategias psicotanatológicas han resultado útiles para la intervención de un duelo complicado?
– La utilización, en aquellas personas que lo precisen, de fotos, videos, cartas, diarios,
cassettes, poesía, pintura, visualización e imaginación guiada, pueden servir para la
estimulación de recuerdos y emociones tanto positivas como negativas, reconciliación y
despedida.
– La “reestructuración Cognitiva” como técnica psicológica que ayuda a cambiar los
pensamientos desadaptativos por otros más adaptativos.
– Las “auto instrucciones positivas” o mensajes que la persona se da a sí misma para facilitar el enfrentamiento a situaciones difíciles.
– El “juego de roles” para representar y enfrentarse a situaciones que les producen ansiedad o miedo .También utilizada para reconciliaciones y elaboración de sentimientos de culpa.
– La “resolución de problemas” ayuda en la toma de decisiones.
– La técnica de “detención del pensamiento” resulta útil cuando éste resulta repetitivo e ineficaz en la consecución de los objetivos del doliente.
– El “manejo de contingencias” como el refuerzo de conductas que se consideren adaptativas, la extinción de las desadaptativas y el auto refuerzo para adquisición de habilidades.
– Las técnicas de “autocontrol” favorecen la realización de programas de actividades agradables y la planificación de la reintegración a las actividades de la vida diaria.
(*) Conspiración del Silencio, Monografía. Santana, S. ML. Guadalajara, Jal. 2017
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Escrito por: María Luisa Santana, psicóloga clínica
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