El cáncer se lo llevó

El cáncer se lo llevó

Habrá momentos que son decisivos y que nos cambian la vida, así de una manera tan drástica que quisiéramos que existiera una máquina del tiempo y todo regresara a ser como antes era.

 

¿Le tenemos miedo a nuestra muerte o a la de los que más queremos?

 

La muerte llega y no avisa. Todos sabemos que vamos a morir pero en realidad nadie piensa en cómo será. En años he conocido desde personas que le tienen miedo a su propia muerte porque no saben qué es lo que viene “después”. Recordemos que a los seres humanos en la mayoría de los casos nos da temor lo que no conocemos.

 

A otros (como yo) nos da miedo la muerte de aquellos que nos rodean, no es algo en lo que pensemos, cuando vemos a nuestros seres queridos interactuando con nosotros, jamás imaginamos cómo sería nuestra vida si no estuvieran más en ella.

 

Yo tenía una vida “perfecta” alejada de cualquier perturbación, me sentía afortunada y bendecida con el destino porque nadie en mi familia había muerto, por raro que suene mis abuelos aún están con vida, mis padres, mis hermanos etc.

 

Cuando parece que no hay nada que pueda perturbar esa perfección, la vida o el destino mismo, nos da una sacudida fuerte, tal vez para poner más los pies en la tierra.

 

¿Cómo me cambió la vida en un segundo?

 

Todo pasó apenas el año pasado, mi hermano empezó a tener problemas de salud. “Comunes” gripes, pérdida de apetito, somnolencia, etc. Al inicio pensamos que sería una baja de defensas y nada más, pero al pasar los meses él continuaba con los mismos parecía que no había nada que los pudiera controlar.

 

Accedió a ir con el doctor “para un mejor diagnóstico” dijo mamá, después de una minuciosa revisión le envió a hacer más estudios “son sólo para estar seguros” afirmó el doctor. A los pocos días tuvimos el diagnóstico que nos hundió a todos: Cáncer en Ganglios etapa 3.

 

Antes de responder a todas nuestras preguntas sin más el doctor ordenó iniciar inmediatamente con las quimioterapias porque el tiempo no estaba a nuestro favor. Mi hermano estaba muy renuente, no quería hacerlo pues había escuchado todos los efectos secundarios de someterse a estas (mareos, vómitos, pérdida de cabello…) y eso que aún no se hacía consciente del cómo cambiaría su vida esta situación.

 

Inicio a regañadientas el tratamiento, nunca lo había visto tan mal, tan débil, tan enojado, tan triste… derrotado. No quería continuar, sabía que tras ese diagnóstico el pronóstico no era muy favorecedor.

 

Cuando empezó a perder el cabello, entró en una etapa de apatía total. No quería ver a nadie, rechazaba a sus amigos e incluso a nosotros, nos culpaba por momentos de su aspecto al mirarse al espejo, más de una vez llegue a verle llorar preguntándose: ¿Dónde estaba la imagen de ese chico atractivo? ¿Por qué a él justamente le tocaba vivir esto? Se abrazaba al espejo y lloraba largas horas, cuando mis padres se dieron cuenta quitaron casi en su totalidad cualquier espejo en casa para evitar se siguiera lastimando, pero aun así él no dejaba de hacerlo.

 

Ahora puedo descifrar el momento exacto en que empezó a dejarse morir: fue una mañana en que despertó y miró sus manos con detenimiento, estaban tan delgadas, huesudas y con huellas de catéter.

 

Puso su esfuerzo en levantarse de la cama y quiso recorrer la casa, esa casa en la que habíamos crecido, que se había llenado de nuestras risas de nuestras travesuras y de vez en vez de nuestro llanto al ser castigados por papá. Yo lo miraba con atención preocupada de que, dada su debilidad pudiera caer en cualquier momento, pero eso no pasó. Se mantuvo de pie caminando, pero después de eso no volvió a levantarse de su cama, permanecía con los ojos cerrados, los abría muy poco y su voz se empezó a apagar de a poco.

 

El día que Dany murió parecía que el día seria soleado, yo había entrado en su habitación para proponerle salir un rato al jardín y que tomara el sol, pero él sólo me miró y con una voz casi imperceptible me dijo: me tengo que ir… el cáncer ¿sabes? por fin me libera. Las lágrimas empezaron a caer por mi mejilla, fui a llamar a mis padres que llegaron corriendo a su lado, él solo los miró y sonrió.

 

Cerró sus ojos y murió, ahí en su habitación, frente a nosotros, sin que pudiéramos hacer nada más que observar.

 

Nunca había conocido la muerte ni el dolor hasta ese día, el día que mi hermanito Dany murió de Cáncer.

 

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Escrito por: Andrea Ramírez, Psicóloga

 

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