¿Por qué no puedo llorar?

¿Por qué no puedo llorar?

Un dolor no siempre es llorado y gritado a fuerza de lágrimas y palabras, en muchas ocasiones es incluso el dolor lo que destruye el lenguaje. Cada quien afronta de manera diferente las situaciones de pérdida.

 

¿Por qué no hay llanto?

Algunas personas se hacen esta pregunta para sí mismos cuando no han visto brotar ni una sola lágrima ante la noticia de la muerte de un ser querido, en específico surge cuando se ha tratado de una persona con quien se tenía un parentesco significativo, como un padre, madre o cónyuge.

 

No solo la propia persona se hace esta pregunta, si no que llega sentirse verdaderamente mal e incluso culpable, sobre todo ante la mirada de los otros y lo que puedan ellos decir o juzgar por la acción de no  llorar.

 

Que alguien no llore no significa que no esté sufriendo, y también debemos saber que incluso por más ilógico que suene, una persona no necesariamente tiene que sufrir al recibir una noticia que para otros puede ser devastadora.

 

Si no existe llanto no quiere decir que este mal, puede deberse a una defensa ante la noticia, ya que esta es intolerable, no se ha aceptado por completo y no deberíamos obligar u obligarnos a sufrirla, cada quien tiene sus tiempos de proceso de duelo.

 

¿Qué pasa si nos obligamos u obligamos a otros a llorar o sufrir una pérdida?

 

El no llorar, no aceptar y no hablar de lo acontecido puede deberse a una negación ante esto que está pasando y que no puedo aceptar de momento. Si obligamos a alguien o con tan solo mencionarle que debería estar llorando la partida de su ser querido, lo único que estaríamos haciendo es desproteger a la persona del   único recurso que tiene ahora frente a un dolor que lo rebasa, es como dejar a alguien sin su escudo protector ante algo que puede destruirlo.

 

Una persona puede estar en total descontrol de emociones internamente y mostrarse por fuera como todo lo contrario. Repito, veamos esta situación como algo que me protege y me hace aceptar de a poco lo acontecido.

 

O por ejemplo hay quienes en un funeral tienen que hacerse cargo de los trámites legales, médicos entre otros, y entonces, no tiene tiempo ni de llorar y eso no es mal visto por los demás, es esperado. Esa persona puede ser consciente de que en algún momento podrá verse de cara a ese dolor, o ni siquiera darse cuenta tiempo después de que está llorando por aquella pérdida del pasado en la que no tuvo tiempo de llorar como los demás.

Cada quien tendrá su tiempo y espacio para poder poner en palabras lo sucedido y lo que significó. Pero ¿qué pasa cuando ya ha pasado mucho tiempo?

 

¿Cuánto es mucho tiempo?

 

Es importante volver a decir que cada persona vive de diferente manera su proceso de duelo, fijémonos bien, si el llanto no aparece es posible que la persona esté actuando de otras maneras en las que muestra su sentir ante lo sucedido,  nunca minimicemos el sufrimiento del otro.

 

Algunas personas tienen suficientes recursos psicológicos para afrontar estas situaciones y entonces no presentar ni llanto ni sufrimiento y eso también es válido. Cabe mencionar a quienes procesan a su manera los hechos diciendo por ejemplo que están en paz ya que dieron todo de si ante esa persona y la amaban, o que ahora estará mejor pues ya no sufre.

 

¿Cuándo es momento de pedir ayuda?

Si nos preocupa que no hemos llorado y nos parece una necesidad hacerlo ya que se siente una angustia o algo que ni siquiera puedo expresar o poner en palabras pero afecta mi vida, es necesario buscar ayuda.

 

Esta ayuda puede ser con nuestra red de apoyo (seres queridos) y profesionales, si es el caso en el que nos preocupa ver  un familiar que no ha llorado pero tiene otras conductas que consideramos perjudiciales para su vida, lo que debemos hacer es ofrecer apoyo utilitario, hacerle saber que estamos para escucharlo cuando lo necesite, cosas tan básicas como alimento o apoyo económico si es el caso, no invadir su espacio, comunicarle amor y proporcionarle contactos de ayuda y atención psicológica. Pero sobre todo no juzgar.

 

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Escrito por: Anabel Sauceda Balderas, Psicóloga y Psicoterapeuta

 

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